Los días pasan y tú no estás aquí, sé que no volverás, también sé cuanto me amas, lo siento en mi pecho, en mi corazón que salto y se agita cada vez que la puerta se abre, cada vez que la madera del piso cruje por el frío.
Todo me recuerda a tí, la esterilla en la que hacíamos los picnics, la hierba sobre la que nos tumbabamos dejando que las hormigas pasaran por encima nuestra, el árbol en que grabamos nuestras iniciales, todas esas chiquilladas que haces de niño, como un tonto enamorado que no ve lo que tiene delante.
Esas cosas de las que luego te averguenzas, las escapadas al campo, las salidas con amigos en la playa, los baños de espuma compartidos. La tierra se mezcla con el agua que cae afuera, estoy reclinada contra la ventana, mirando el cementerio familiar, de tu familia.
En una de ellas reza: "A mi amado esposo, unidos en la tierra como en el cielo".
Recuerdo que me dijiste en la boda en los votos, "ni aunque la muerte me separe de ti, siempre estaré a tu lado". Y de hecho es cierto, siento tu presencia en todas partes, mantengo la serenidad y el luto aunque ya hayan pasado diez años desde que dejaste este mundo.
Tuvimos dos hijos: un niño y una niña, tú hijo se parece tanto a tí, ojalá hubieras podido verlo crecer amado mío, a veces me recuerda a cuando eramos niños y la pequeña es tan revoltosa y traviesa como tú, escala a los árboles y es una experta para esconderse.
Sé que, pese a todo, mi muerte se haya cercana, tengo ya una edad avanzada, he tenido una vida plena y he podido disfrutar de tu compañía durante más años de los que he estado sola, no me arrepiento de nada, eso me lo enseñaste tú. No hay que arrepentirse nunca de nada.
Actua de nuestros hermanastros sepsis
Hace 5 meses
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